Revolución Popular Sandinista, 19 de
julio de 1979…
Fue más que una revolución, fue más que
un movimiento libertario, fue más que el derrocamiento de un dictador
sanguinario, fue más que una guerrilla. Fue la lección campesina
antiimperialista, fue un pensamiento que se apoderó de una nación. Ideas de
soberanía concebidas y materializadas en el pueblo, en el campesinado, en el
proletariado, en el pobre. Fue un espíritu luchador que se impuso para sembrar
la armonía transversal en una sociedad hastiada. Esa sociedad que por más de
cuarenta años consecutivos sufriría de represión, esclavitud y muchas
limitaciones más bien culturales, políticas e ideológicas que de otro tipo.
Fue
un verdadero resurgir de una nación completa, fue el triunfo de David frente a
Goliat, fue el ejemplo heroico que llevaría a Nicaragua a los libros de
historia universal. En fin, fue un hecho, fue un canto, fue un nombre: Sandino.
Un hombre sencillo, pero líder, autor intelectual y militar de lo que
constituiría posteriormente toda una cultura, una generación, un movimiento
paralelo a la religión, un valiente hijo de Nicarao apodado para la posteridad
como el General de hombres libres, cabeza e inspiración para muchos y quien
inmortalizaría su pensamiento en una sola frase: “Yo quiero patria libre o
morir”.
Hoy, a 120 años del nacimiento de
Augusto C. Sandino y a 36 años del triunfo de la Revolución Popular Sandinista
(o Revolución nicaragüense), el ideario, la intención y el espíritu que motivó
algún día al sandinismo original, se han visto tergiversados, viciados y
llevados a una expresión cínica para salvaguardar los intereses de quienes se
han transformado en una idéntica imagen de los enemigos iniciales. Nicaragua se
encuentra en una situación que, aunque ya ha sido experimentada en más de una
ocasión a lo largo de casi 200 años como República independiente, no deja de
ser totalmente funesta (o al menos para los que no se benefician de ella).
Un grupo reducido de personas en el
poder, un solo Poder del Estado controlando al resto, instituciones corruptas y
empresarios temerosos; violencia, torturas, atropellos contra la libertad de expresión
y los Derechos Humanos; control absoluto de la toma de decisiones, negocios
turbios del Gobierno y de quienes lo conforman, culto a la imagen y propaganda
desmedida, discursos y palabras bonitas que al final solo son eso, palabrería,
y un particular servilismo hacia países ajenos (lo que en un momento se
denominaría “vende patria” o reflejos de imperialismo). Es ese el panorama en
el que se encuentra el país triunfante de los dos primeros párrafos. Es en esto
último en que se halla resumida aquella nación valiente que alguna vez se
levantó y dijo “¡No!”.
Entonces, ¿por qué si Nicaragua ya experimentó
estas escenas, insiste en repetirlas? La respuesta ciertamente se esconde en el
subconsciente de cada ciudadano, de cada nicaragüense y lo único que los
estudiosos de la sociología y la politología pueden ofrecer, son ciertas luces
y pautas de una conducta de un colectivo en específico. No es casualidad que nuestra
historia esté marcada por caudillos o “únicos”, que aspiran a ser o terminan siendo
dictadores. La secuencia: elecciones democráticas-reformas constitucionales-reelecciones
ilegítimas-guerra-derrocamiento, no es novedad. Desde inicios de la República
con los otrora “timbucos” y “calandracas” (conservadores y liberales,
respectivamente), ya se venía gestando una cultura política que se manifestaría
en dos exponentes principales: José Santos Zelaya (proclamado héroe nacional) y
la dinastía Somoza.
Anastasio Somoza García y sus hijos herederos |
Más allá de los datos históricos, lo que interesa es más bien desglosar el diseño cultural de la política que ha permitido éstos hechos y que al parecer tiene la intención de repetirlos. Por una parte, la indefinición ideológica de la sociedad es crucial para determinar su porvenir en la misma, hoy en día hay mucha gente en los partidos políticos sin tener mínima idea de la tendencia ideológica del mismo o peor, de su propia inclinación ideológica. La historia nos lo relata, la única diferenciación entre los conservadores y los liberales del siglo XIX era eso, el nombre y que pertenecían a dos ciudades históricamente enemigas, León y Granada. Un verdadero trasfondo ideológico en Nicaragua nunca ha existido, y cuando logró existir, allá por los años 80 del siglo pasado, se radicalizó y llevó a sus filas al fanatismo, que naturalmente desilusionaría luego al descubrirlo como una utopía.
Por otra parte, la necesidad infundada
de un caudillo, de un salvavidas o la creencia de que un ser humano redentor
puede curar todos los males y convertir las piedras en oro, es sumamente
determinante para definir esos porqués. Cuando en la ciudadanía exista un verdadero
pensamiento de trabajo arduo y se le den las condiciones para que alcance lo
que persigue por medio de su esfuerzo, la figura del “superman” presidente ya
no será necesaria. Asimismo, cuando se deje de estigmatizar a la política y
exista una consciencia crítica con
respecto de ella, la sociedad podrá descubrir que la política la hace cada
ciudadano y que ese hecho constituye el pasaporte para ir construyendo la historia
de la que todos queremos formar parte.
Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional reunida con Jorge Castañeda |
Por ello, Nicaragua necesita buscar
soluciones en lugar de perder el tiempo buscando culpables. Existe un enorme
índice de pobreza que duplica el trabajo para quienes confiamos en un rediseño
de nuestro país, pero eso no imposibilita nuestros ideales. La situación actual
exige una nueva cultura ética que se contraponga a la viciada cultura política
en que nos hemos venido encontrando. La nueva revolución debe ser eso, una
revolución ética que construya y edifique sobre cimientos sólidos, para
posteriormente trabajar en la educación y en el proyecto de país que anhelaban
Sandino y todos aquellos que donaron su sangre por ésta nación formada con un pedazo
de cielo.
A 36 años de la Revolución, hay más
dudas que aciertos con respecto de nuestro país. Hoy en día no se puede
festejar lo que encierra el sentimiento de una verdadera fiesta nacional por
encontrarse monopolizada por un porcentaje minoritario de la ciudadanía y peor
aún, muchos le han perdido el sentido a esta gran fiesta y la maldicen a causa
de quienes se han encargado de manchar su nombre y opacar el nombre de sus
héroes. Para aquellos que no podemos salir a las calles y ondear banderas que
no sean del color oficialista, nos queda celebrar en secreto a través del universo
paralelo de las redes, confiando en que o tendremos patria libre o moriremos.
Pedro Salvador Fonseca Herrera