Actualmente, los conceptos de jefe, líder o director
de alguna empresa o institución, en comparación al uso que se le daba otrora,
han cambiado sobremanera y se mantienen en constante actualización según el
contexto. En el siglo XVII, era común encontrarse con gobernantes absolutistas
como el gran monarca Luis XIV cuyo absolutismo fue tal que llegó a resumir
todos los componentes, derechos, facultades, riquezas y responsabilidades del
Estado en una sola persona: él mismo; profiriendo su más afamada frase “el
Estado soy yo”.
Los límites de una autoridad en el pasado eran muy
escasos y el margen entre el rey y el subordinado era inmenso. Sin embargo, no
sólo pasaba en las esferas monárquicas de los gobiernos de los estados, sino
que sucedía también en las empresas, las oficinas, las iglesias, las familias y
en todas las esferas en las que habían estratos, jerarquías o estructuras. En el siglo pasado, aún, era muy
común encontrarse con el típico jefe que te trataba, te hablaba y te miraba
como si tu existencia no valiera nada y tu vida dependiera únicamente de él o
de ella.
Pero, ¿en nuestros días creés que son válidas esas actitudes
y esos tratos entre las autoridades y los subordinados? ...Lo mismo me pregunto
yo.
En pleno siglo XXI, en el que se habla de un
liderazgo eficaz y en el que las personalidades más adineradas y poderosas del
mundo visten jeans y calzan deportivos, las figuras de autoridad absolutistas
vienen cayendo más bien en la ridiculez. El estereotipo de jefe cada vez más va
perdiendo legitimidad y está siendo reemplazado por la figura del líder, una
persona capaz de administrar, no sólo recursos económicos y materiales, sino a
un equipo de personas con los mismos derechos que él o que ella. Un líder es
básicamente una persona entusiasta y emocionalmente inteligente que sabe
gestionarse a sí mismo para poder gestionar a toda una empresa o a todo un
país.
La tarea de un líder es siempre mantener la unidad
del equipo. Si una autoridad en cualquier cargo tiende a dividir, en lugar de
unir, con seguridad no estamos hablando de un buen líder. Y no
precisamente un líder tiene que ser el Presidente de la República, un líder
comunitario, el Director de una escuela o el jefe de una gran empresa, no, un
líder puede ser el responsable de un equipo de trabajo en el colegio, el
coordinador de algún proyecto o cualquiera que tenga bajo su responsabilidad a
un equipo de personas con una misión en específico.
Y, como a veces es más fácil definir algo por lo que
no es que por lo que es en sí, éstos cuantos factores contribuirán a definir las
actitudes que jamás debe tener un líder:
- Un líder jamás da órdenes y se
sienta a esperar resultados, el líder distribuye responsabilidades y acompaña
al equipo hasta culminar la misión.
- Un líder no se cree más que
nadie, el líder es simplemente un primus
inter pares, es decir, el primero entre iguales.
- Un líder jamás exalta el “yo”,
habla de “nosotros”, habla del equipo y reconoce sus méritos.
- Un líder no divide el equipo, el
líder es el mayor responsable de mantener la cohesión entre las personas.
- Un líder no es indispensable, el
líder es consciente de su rol y de que es igual de importante que el resto.
- Un líder nunca atenta contra las
libertades y las convicciones de los demás, el líder comprende las
personalidades y respeta la diversidad de opiniones.
- Un líder no grita, un líder
habla.
- Un líder no resuelve los
problemas con violencia, el líder dialoga y entiende.
- Un líder no es eterno, el líder
sabe que su principal responsabilidad es formar líderes que le sucedan.
- Un líder no tiene subordinados,
tiene iguales.
- Un líder no se cree sabio absoluto,
el líder está siempre abierto a aprender y a corregir sus errores.
- Un líder no habla hacia abajo,
habla de frente.
Y, finalmente:
- Un líder no es perfecto, ni infalible, un líder es capaz de asumir sus errores, de reconocerlos y enmendarlos.
A partir de éstas cuantas letras empecemos entonces a
reflexionar sobre nuestras experiencias de liderazgo y a cuestionar la labor de
nuestros dirigentes nacionales e institucionales. Nicaragua necesita cada vez
con más urgencia de buenos líderes capaces de administrar correctamente los
recursos de nuestro pequeño, pero rico país. Y, como comparto siempre parafraseando
a Francisco de Asís: empecemos haciendo lo necesario, luego lo posible y de
repente estaremos haciendo hasta lo imposible, fomentando valores básicos de
liderazgo y anteponiendo el diálogo a cualquier medida, poco a poco
experimentaremos un verdadero cambio social para bien.
El autor.
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