miércoles, 15 de junio de 2016

El ataque a la diversidad

Respecto del atentado en Orlando y la masacre LGBT por manos del radicalismo islámico no había querido pronunciarme, en primer lugar, porque en medio de la furia, la frustración y la indignación, difícilmente podrían surgir las palabras prudentes y, en segundo lugar, porque todos hablan, todos tuitean, todos opinan y temía llegar a sostener verdades absolutas igual o más fundamentalistas que los propios pensamientos del terrorista.

Pero bueno, lo que no se puede poner en duda es que este avistamiento se ha tratado de un crimen de odio hacia un sector social desentendido y que ha sido particularmente víctima del odio, la intolerancia y la incomprensión por parte de la sociedad desde siempre. Por muy sorprendente que parezca, esta matanza ha sido simplemente la prolongación extrema de un trato hacia un sector de la sociedad considerado aberrante, antinatural y, por tanto, no merecedor de aceptación y, mucho menos, de derechos de ningún tipo. Y, aunque queramos hacernos de la vista gorda y admitir que en Nicaragua no hay matanzas o balaceras, el maltrato hacia los “distintos” y la discriminación por parte de “nosotros” hacia “esos” en nuestro país, es muy vigente y hasta legitimada.

Es necesario considerar que los problemas de Nicaragua, un país del cuarto mundo, son muy distintos a los de los países más desarrollados y que, mientras allá se preocupan por darles derechos a quienes nunca los han tenido, acá nos preocupamos por rebuscar el alimento, buscar la influencia en el Gobierno para conseguir algún trabajo y pedir láminas de zinc para que el invierno no moje a nuestras familias. Es cierto que pedirle a alguien que apenas y tiene qué comer trate de desaprender los estigmas sociales heredados de antaño como la discriminación y las fobias puede hasta ser ofensivo, pero más vale ir pensando qué hacer como sociedad para palear tanto maltrato o las consecuencias podrían ser fatídicas.

Nicaragua puede ser catalogada aún como una sociedad parroquial, ultra conservadora y clerical, sumisa ante el raquítico pensamiento del profesor, el cura, el pastor o el acalde e incapaz de pensar por sí misma. Es una realidad que entre nosotros no son toleradas las personas “diferentes” o aquellas que no reúnen ciertas características consideradas como “normales”; el “gordo” es motivo de burla, el “chaparro” (y a veces hasta por motivos de salud) es también motivo de burla, el “mongol” es motivo de burla, el “cochón”, el “negro”, la “beata”, el “manito quebrada”, la “marimacha” y ni hablar de las personas trans que hasta son vistas como cosas que jamás podrían llegar a ser personas.

Juzgar nuestros actos y pensamientos es un acto atrevido, pero necesario. Confrontar las ideas del profesor, del cura, del pastor o del alcalde es un acto atrevido, pero urgente entre nuestra sociedad. Y lo califico como atrevido porque criticar lo que uno más ama, defiende o predica es sumamente difícil, pero es eso o entonces dar paso a actuaciones como la de Orlando. Si la fe, la ideología o la enseñanza te obligan a marcar diferencias entre vos y tus cercanos, entonces estás doblemente obligado a repensar esa fe, esa ideología o esa enseñanza.

También debe tenerse en cuenta que nuestra sociedad nicaragüense no ha sido construida, sino más bien improvisada y que los valores democráticos, el respeto hacia las diversidades, la libertades individuales y, mucho menos, el respeto y la libertad hacia la diversidad sexual son aún temas tabú o medianamente asimilados. No obstante, es menester igualmente reconocer que hay muchas organizaciones que trabajan para construir esa sociedad que tanto anhelamos y que pretenden cambiarle el microchip a muchos ciudadanos que, por ignorancia, desconocen que se puede ser distinto, que los esquemas pueden romperse y que lo que una persona tiene entre las piernas no le define, como es el caso de las personas trans.

Volviendo al asunto del terrorismo, con respecto del Islam, me parece que es otro asunto que debe debatirse y su radicalismo es un parásito que debe erradicarse en su propio seno. Es alarmante que países musulmanes condenen la homosexualidad con la muerte y más del 90% de la población de algunos países islámicos considere la homosexualidad como un comportamiento moralmente erróneo. Por tanto, decir que el Islam no está detrás de los atentados terroristas es como decir que el propio Cristianismo no estuvo detrás de la Inquisición algunos años atrás.


 Si como sociedad mundial aún nos queda mucho trabajo por hacer, como sociedad nicaragüense nos queda muchísimo. Gracias a Dios, en las calles, en las bibliotecas, en las escuelas y universidades, uno se encuentra con personas amantes de las libertades, a profesores, curas, pastores y políticos que apuestan por una sociedad democrática y diversa, capaz de acoger e incluir a quienes han sido discriminados históricamente y empeñada en heredarle a nuestros hijos e hijas, no hipocresías morales y roles impuestos, sino valores éticos y humanos con mayores y mejores derechos y libertades.

Pedro S. Fonseca H.