miércoles, 22 de abril de 2015

Mi figura literaria

Y porque entre tanto batiburrillo también se hacen versos, canciones y poesía, el poema con el que gané el primer lugar del concurso de poesía libre de la Universidad a la que asisto, Universidad Americana:

“Mi figura literaria”

Vos y yo somos un epíteto,
sustantivo inseparable de mi funesto calificativo,
separados por naturaleza,
entrelazados por la poesía.

Tu amor cual metáfora  dariana
que estetiza mis versos
y enherbola mis penas
de belleza triunfal.

Inerte, soy inerte,
inanimado
hasta que tu realidad personifica
mi dantesca vida terrenal.

Tu canto barroco que da musicalidad a mi existencia
tu respiro como asonancia,
tu voz como aliteración,
tu fiel morada, refugio de mi corazón.

Cuando digo lo que digo, no hago en exageración,
cuando te amo como te amo, no uso deprecación,
es solo que con tu mirada, fugaz y temerosa
como la luna de verano, una semidiosa.

Sos la figura más bella de mi literatura,
sos la obra cumbre entre las obras,
sos la vorágine de mis pensamientos,

sos ese verso que resume risas, llantos, sentimientos.

lunes, 20 de abril de 2015

Vida: ¿Resistencia o velocidad?

A menudo nos encontramos en la penosa situación de querer avanzar, de no detenerse, de seguir e ir más y más rápido. Nos preocupamos sobremanera por terminar lo que a veces ni siquiera hemos empezado. Queremos progresar a cualquier costo y terminar una etapa aunque implique quemarla, como si el sistema no nos impusiera ya demasiadas normas absurdas. Esa es nuestra vida, la vida que se resume en pequeñas circunstancias y que con cada parpadear se va perdiendo en la nada de nuestra existencia.

Nacemos, balbuceamos nuestras primeras palabras, aprendemos a caminar, golpe tras golpe, caída tras caída, cuando de pronto estamos estrenando uniforme de colegio para ir al kínder y nos ponemos -un ratito después- el uniforme más elegante que tengamos para ir a recibir nuestro diploma al dejar, por fin, la secundaria. Ojalá y todo este lío fuera tan rápido, pensaremos muchos. Ojalá vivirlo fuera como contarlo, luchando contra el reloj, contra los innumerables problemas, contra las travesuras infantiles que podrían ir progresando a medida en que nuestra consciencia más bien va retrocediendo.

Algunos ni siquiera hemos salido de la secundaria cuando ya estamos viviendo una vida de adulto profesional. Otros quizá estemos viviendo la plenitud de los cuarenta como si fuéramos aún aquellos colegiales adolescentes. Muchos otros, tal vez, estén únicamente sentados esperando aquello que añoraron tanto y que creyeron caería del cielo. Y muchos otros, por circunstancias tristes de esta injusta vida, es muy posible que con apenas 5, 8 o 10 años, ya estén viviendo, trabajando y sufriendo las penurias comunes que nos invaden a los adultos.

Unos adelantados, otros atrasados, otros inertes o inanimados, y muchos otros viviendo el día a día con paciencia, confianza y prudencia, sin poner el pie izquierdo sin saber dónde se pondrá el derecho. A veces solemos quemar etapas sin imaginarnos siquiera las consecuencias que eso conlleva. Si estamos en la Universidad, queremos terminar la carrera en menos tiempo para luego empezar otra, después hacer por lo menos dos maestrías y obtener finalmente un doctorado para cuando tengamos treinta. Nos preocupa más hacer las cosas rápido que hacerlas en tiempo, en forma y disfrutando cada momento de cada experiencia.

Cuando en el colegio recibíamos la clase de Educación física y se nos exigía hacer distintas pruebas, que la verdad no sé ni qué probaban, me llamaba mucho la atención que según nuestro peso, edad, altura, entre otros rasgos físicos, se nos asignaba tanto un período para las pruebas de resistencia, como para las pruebas de velocidad. Lo curioso es que para las pruebas de resistencia, cada estudiante tenía un tiempo determinado distinto. Por ejemplo, tenían que darse 3 vueltas corriendo a un campo entero (que cuando yo lo hacía me sentía Phileas Fogg dándole la vuelta al mundo en 80 días) en un tiempo específico, que variaba en cada estudiante según los rasgos anteriormente mencionados. Todos corríamos, pero no todos terminábamos de dar todas las vueltas al mismo tiempo. Y como siempre tienen que haber perdedores, en esta prueba perdía solamente quien no completaba la prueba en el tiempo estipulado.

Contrariamente, cuando hacíamos la prueba de velocidad, se nos exigía correr con otro compañero, en pareja, en la misma distancia al mismo tiempo. Como es obvio, se trataba de una prueba de competencia de suma cero en la que siempre había un perdedor y un ganador. Las reglas entre una prueba y la otra eran muy distintas. En una prueba solo debías preocuparte por mantener la respiración, correr y cumplir con tu tiempo en tiempo y forma, disfrutando cada momento del campo y de la carrera. En la segunda, debías preocuparte por llegar primero a la meta y ganarle a tu contrincante.

La vida ciertamente es una prueba, una carrera, pero cada uno ha de encontrarle su sentido y ha de diferenciar bien si se trata de una carrera de resistencia o de velocidad. En mi opinión tan sobria, he de admitir que la vida no es más que una carrera de resistencia en la que lo único que importa es mantenerse en pie, fuerte, en constante cambio y con la seguridad que solo nos da la prudencia de saber qué se nos avecina y la resiliencia para reaccionar ante los cambios próximos.

Erróneamente llegamos a interpretar que la vida es una carrera de velocidad en la que mientras más rápido terminemos una etapa en la vida, a pesar de no haberla disfrutado al máximo, es mejor. Estamos constantemente buscando un contrincante con quien competir o peor, a un semejante a quien hundir para nosotros supuestamente progresar. Es mejor hacer lo que nos toca, en el tiempo en que nos toca, y qué mejor si nos ganamos algunas sonrisas en el trayecto.

En la vida como carrera de resistencia, los únicos perdedores son aquellos que no aprovecharon el tiempo que les fue asignado para recorrer su campo. En la vida, que al final es una carrera, es más importante descubrirse, conocer sus capacidades y emplearlas para disfrutar del viaje. Cuando al final el profesor de Educación física suene el silbato, habremos tenido un viaje fascinante y habremos aprovechado todo el tiempo al máximo, por mucho o poco que fuera.


Preocupémonos pues por mantenernos fuertes y valientes, en lugar de quemar etapas y causarnos unos malos sabores de boca, pues la vida es más bien una carrera de resistencia, que una carrera de velocidad. No olvidés ponerte unos deportivos cómodos, equiparte con agua y ponerte los audífonos con buena música para la carrera.

Pedro S. Fonseca H.

domingo, 5 de abril de 2015

Tiempos de Pascua, tiempos de cambio

Camila abrió la puerta de la habitación, encendió la luz y más dormido que despierto entre pensamientos dormidos, me preguntaba por qué habría de despertarme con tanta euforia, si sabía lo quisquilloso que soy con el sueño y mi descanso. Quizá exagere un poco, no hubo tal euforia, y Camila entró con el mayor de los cuidados, sin embargo eso bastó para recordar que ayer había sido viernes  y, que por ende, hoy sería sábado, y como estábamos en semana santa, entonces sería sábado santo. Se me complica demasiado caer en la cuenta de las cosas cuando recién me despierto, a veces suelo pensar que de tomar decisiones en ese estado, sería capaz de vender incluso hasta mi alma.

Por costumbre, ni mi familia, ni yo, hemos salido jamás durante la semana santa. Afortunadamente Camila tampoco tenía la costumbre de salir durante estos días, aunque tampoco hemos sido de los que van a diario a la Iglesia. Camila ha sido católica de por vida, de padres convertidos a la Iglesia evangélica, y yo, pues, católico por considerarlo la opción más racional, pero de muy poca devoción, y de esos católicos rebeldes que se preguntan por todo y lo contradicen todo. En mi país suele ser libre la mitad de la semana, y, para algunos, incluso la semana entera. Culturalmente la gente suele viajar en familia a los balnearios, las playas, llenándose de visitantes toda la Costa del Pacífico. Para algunos es solo un tiempo de descanso, para otros son unos días llenos de santidad y penitencia, y para otros es el momento idóneo para convertir el país en una Sodoma, más de lo que ya es.

Después de caer en la cuenta de que era sábado santo y al ver que Camila buscaba algunas toallas en el armario, decidí despertarme. Abrí los ojos, me quedé acostado y le di los buenos días a Camila que, al parecer, había empezado desde temprano su jornada laboral casera. Los viernes santos tienen una particularidad en el ambiente, capaz de introducir en una profunda reflexión a cualquiera: cristiano, no cristiano, católico, no católico, ateo o quien fuese, bastaba con alertar los sentidos, mirar al cielo, respirar hondo y sentir que en el ambiente predomina algo extraordinario.

La luna se disfraza de esplendor, ilumina las atmósferas de los enamorados, reviste de claridad los pensamientos vagos, inspira a los poetas y consuela a quienes velan al crucificado. El aire se torna pesado, las calles se desprenden como después de un tornado, las iglesias se transforman en sepulcros y las marchas fúnebres invaden la serenidad del medio. Es imposible, por más distante de la fiesta religiosa que se esté, que no se pueda sumergir al alma en una meditación introspectiva del ser, capaz de descubrir los porqués de la existencia y descubrir la soledad acompañada.

No es, por tanto, casualidad que las fechas pascuales coincidan con ese ambiente tenue y capaz de transformar cualquier alma. Y es en eso en que (me imagino) ha de consistir la pascua, una experiencia esclarecedora para renovar el ser, para cambiar aquello que quizá uno no se dé ni cuenta de que hay que cambiar. Camila solo me miraba con extrañez por la forma en que mi atención se dirigía por completo al techo de la habitación, seguro se preguntaba si aún continuaba dormido, pero con los ojos abiertos, como cuando soñás despierto o tu razón se distrae de tu realidad.

Como fanático de los cambios, siempre he pensado que nunca hay mejor tiempo de cambio que cuando se decide cambiar, y la Pascua debiera ser ese momento de autoevaluación en que se descubre, finalmente, qué es lo que se debe cambiar en particular.  Es de soberbios pensar que se está del todo bien y de arrogantes decir que no hay nada qué mejorar. Tengo un empleo que me permite funcionar a plenitud y con fascinantes experiencias a diario; una relación estable con Camila; un hogar que ambos compartimos con Strauss, el gato blanco de cola marrón que me recibe todos los días cuando regreso a casa, y una rutina de vida placentera, sin quejas ni zozobras. Entonces, ¿qué debo procurar cambiar? Ahí empezaba mi viaje por mi subconsciente cuando Camila me preguntó si quería desayunar, apenas recuerdo haber asentido.

Atravesaba rápidamente mi vida como una película, más el silencio en mi entorno y la calma en mi habitación interrumpida únicamente por las entradas y salidas de Strauss, como asegurándose de que estaba vivo, porque me encontraba tendido en la cama, viendo al cielo y apenas respirando. No encontraba ninguna deficiencia que necesitara de alguna revisión, no encontraba aún ningún error en mi vida, en mis allegados, hasta que de pronto caí en el tan trillado amor y en la forma en que se ama. Camila vivía reprochándome lo extraña que debía ser mi forma de amar y de transmitir el amor en sus distintas expresiones. Por ocasiones parecía una roca inerte e incapaz de expresar amor y, por otras, parecía todo un jardinero con hierberas y azaleas por cuidar y atender.

Los asuntos del amor, si bien son complicados, son completamente espontáneos. No comparto la idea de expresiones uniformes de amar, ni de personas que procuran un amor estructurado de una forma específica o prefabricada. Asimismo, repruebo la tendencia de sobrevalorar el amor pasional o conyugal, por sobre los demás tipos de amor, como el fraterno, el amistoso, el familiar, etc. Todas y cada una de las formas de amar son vitales para la salud del alma y la plenitud de la existencia. Como el aire al cuerpo y la sangre. De ahí me imagino que debió de haber surgido la relación entre el corazón y el amor.

Siempre he preferido a la gente que es feliz, a la que simplemente está feliz. Es cuestión de tiempo, como todo. Quien está feliz, puede que en un determinado momento deje de estarlo, pero quien es en realidad feliz, podrá tener altibajos, pero jamás dejará de serlo. En ese justo momento descubrí que mi lucha diaria debía orientarse a la búsqueda plena del “ser feliz”, en lugar de atiborrarme de momentos que sólo habrían de garantizarme una felicidad momentánea. La pascua, vivida desde mis zapatos, más los aires primaverales con el “vals de las flores” de Tchaikovsky como trasfondo, habría de procurarme ese nuevo descubrimiento y me había inspirado ese nuevo cambio en mi “perfecta” realidad.

Sobre todo, creo, descubrí que uno puede estar llorando o atravesando un manantial de problemas y paralelamente conservar la felicidad plena. En eso consiste la felicidad vista desde mi microscopio. Igualmente desisto de la idea de buscar manuales de felicidad. El único manual de felicidad es mi vida y las experiencias que la vida misma me va permitiendo vivir.


Camila me llamó para preparar el café, pues insistía en que a mí me quedaba mejor que a ella. Yo en realidad lo sentía igual. Busqué mis sandalias debajo de la cama, y salí.