lunes, 20 de abril de 2015

Vida: ¿Resistencia o velocidad?

A menudo nos encontramos en la penosa situación de querer avanzar, de no detenerse, de seguir e ir más y más rápido. Nos preocupamos sobremanera por terminar lo que a veces ni siquiera hemos empezado. Queremos progresar a cualquier costo y terminar una etapa aunque implique quemarla, como si el sistema no nos impusiera ya demasiadas normas absurdas. Esa es nuestra vida, la vida que se resume en pequeñas circunstancias y que con cada parpadear se va perdiendo en la nada de nuestra existencia.

Nacemos, balbuceamos nuestras primeras palabras, aprendemos a caminar, golpe tras golpe, caída tras caída, cuando de pronto estamos estrenando uniforme de colegio para ir al kínder y nos ponemos -un ratito después- el uniforme más elegante que tengamos para ir a recibir nuestro diploma al dejar, por fin, la secundaria. Ojalá y todo este lío fuera tan rápido, pensaremos muchos. Ojalá vivirlo fuera como contarlo, luchando contra el reloj, contra los innumerables problemas, contra las travesuras infantiles que podrían ir progresando a medida en que nuestra consciencia más bien va retrocediendo.

Algunos ni siquiera hemos salido de la secundaria cuando ya estamos viviendo una vida de adulto profesional. Otros quizá estemos viviendo la plenitud de los cuarenta como si fuéramos aún aquellos colegiales adolescentes. Muchos otros, tal vez, estén únicamente sentados esperando aquello que añoraron tanto y que creyeron caería del cielo. Y muchos otros, por circunstancias tristes de esta injusta vida, es muy posible que con apenas 5, 8 o 10 años, ya estén viviendo, trabajando y sufriendo las penurias comunes que nos invaden a los adultos.

Unos adelantados, otros atrasados, otros inertes o inanimados, y muchos otros viviendo el día a día con paciencia, confianza y prudencia, sin poner el pie izquierdo sin saber dónde se pondrá el derecho. A veces solemos quemar etapas sin imaginarnos siquiera las consecuencias que eso conlleva. Si estamos en la Universidad, queremos terminar la carrera en menos tiempo para luego empezar otra, después hacer por lo menos dos maestrías y obtener finalmente un doctorado para cuando tengamos treinta. Nos preocupa más hacer las cosas rápido que hacerlas en tiempo, en forma y disfrutando cada momento de cada experiencia.

Cuando en el colegio recibíamos la clase de Educación física y se nos exigía hacer distintas pruebas, que la verdad no sé ni qué probaban, me llamaba mucho la atención que según nuestro peso, edad, altura, entre otros rasgos físicos, se nos asignaba tanto un período para las pruebas de resistencia, como para las pruebas de velocidad. Lo curioso es que para las pruebas de resistencia, cada estudiante tenía un tiempo determinado distinto. Por ejemplo, tenían que darse 3 vueltas corriendo a un campo entero (que cuando yo lo hacía me sentía Phileas Fogg dándole la vuelta al mundo en 80 días) en un tiempo específico, que variaba en cada estudiante según los rasgos anteriormente mencionados. Todos corríamos, pero no todos terminábamos de dar todas las vueltas al mismo tiempo. Y como siempre tienen que haber perdedores, en esta prueba perdía solamente quien no completaba la prueba en el tiempo estipulado.

Contrariamente, cuando hacíamos la prueba de velocidad, se nos exigía correr con otro compañero, en pareja, en la misma distancia al mismo tiempo. Como es obvio, se trataba de una prueba de competencia de suma cero en la que siempre había un perdedor y un ganador. Las reglas entre una prueba y la otra eran muy distintas. En una prueba solo debías preocuparte por mantener la respiración, correr y cumplir con tu tiempo en tiempo y forma, disfrutando cada momento del campo y de la carrera. En la segunda, debías preocuparte por llegar primero a la meta y ganarle a tu contrincante.

La vida ciertamente es una prueba, una carrera, pero cada uno ha de encontrarle su sentido y ha de diferenciar bien si se trata de una carrera de resistencia o de velocidad. En mi opinión tan sobria, he de admitir que la vida no es más que una carrera de resistencia en la que lo único que importa es mantenerse en pie, fuerte, en constante cambio y con la seguridad que solo nos da la prudencia de saber qué se nos avecina y la resiliencia para reaccionar ante los cambios próximos.

Erróneamente llegamos a interpretar que la vida es una carrera de velocidad en la que mientras más rápido terminemos una etapa en la vida, a pesar de no haberla disfrutado al máximo, es mejor. Estamos constantemente buscando un contrincante con quien competir o peor, a un semejante a quien hundir para nosotros supuestamente progresar. Es mejor hacer lo que nos toca, en el tiempo en que nos toca, y qué mejor si nos ganamos algunas sonrisas en el trayecto.

En la vida como carrera de resistencia, los únicos perdedores son aquellos que no aprovecharon el tiempo que les fue asignado para recorrer su campo. En la vida, que al final es una carrera, es más importante descubrirse, conocer sus capacidades y emplearlas para disfrutar del viaje. Cuando al final el profesor de Educación física suene el silbato, habremos tenido un viaje fascinante y habremos aprovechado todo el tiempo al máximo, por mucho o poco que fuera.


Preocupémonos pues por mantenernos fuertes y valientes, en lugar de quemar etapas y causarnos unos malos sabores de boca, pues la vida es más bien una carrera de resistencia, que una carrera de velocidad. No olvidés ponerte unos deportivos cómodos, equiparte con agua y ponerte los audífonos con buena música para la carrera.

Pedro S. Fonseca H.

No hay comentarios:

Publicar un comentario